20 septiembre, 2024

A 30 años de la llegada de Jorge Soto al Sporting Cristal

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"Tal vez no lo advirtamos aún, tan agitados por el triunfo inmediato, por el juego vistoso, efectivo y por la necesidad de resultados, pero en la banca de suplentes del Sporting Cristal, allí, casi sin hacerse notar, tenemos a una leyenda viva que cambió sus goles y sus títulos por consejos. Ese, es el Jorge Soto que llegó a Sporting Cristal en el 93, el que tocó la gloria en el 94, 95, 96 y 97 y es también el que renació en el 2002. El que llegó a La Florida, hace 30 años y nunca más se quiso ir de allí. Nunca más se fue de allí. Porque ese es el Sporting Cristal y algunos cuantos privilegiados lo sienten así."- Juan Pablo Calienes.

Año 2002. Cristal venía de una sequía de 5 años sin títulos y de una caída, en picada, de resultados en la Copa Libertadores.

Después de haber rozado el cielo en el 97, solo nos quedaba aceptar el terminar segundos o terceros en el campeonato local y hacer unos cuántos puntos en la primera fase del campeonato internacional, quedando eliminados rápidamente y sin atenuantes. Aun así, el fondo no se había tocado en el torneo continental, pero ese 2002 lo conseguimos. Seguro nadie quiere recordar los puntos que (no) hicimos, pero en ese momento y tras la purga de varios jugadores titulares, luego de aquella goleada vergonzosa en Matute, todo hacía indicar que sería otro año para el olvido.

Esa temporada, el plantel estaba plagado de debutantes y nombres menos rutilantes que los de años anteriores. En el Apertura, el equipo logró levantarse del golpe, tras la purga, intentando pelear lo que se pudo. Llegaron un par de refuerzos brasileños y se intentó retomar el rumbo. ¿Quién olvida, el partido con remontada memorable en el Monumental? Pero todo ello, al final, no alcanzó.

Entonces, la mira estuvo puesta en el Clausura, anunciándose el regreso de uno de los ‘purgados’. Volvía Jorge ‘el camello’ Soto, jugador y titular habitual de selecciones nacionales, figura indiscutible del tricampeonato celeste y del subcampeonato de la Libertadores, jugador incansable y polifuncional, que defendía, asistía y anotaba; pero que, en palabras de Paulo Autuori, DT a cargo del equipo ese año, se había ido en un inicio porque: “no sumó en crear un ambiente de motivación y trabajo acorde a lo que se esperaba”.

Primera fecha del Clausura y nos enfrentábamos de locales a Cienciano. En el papel, era un partido ganable, pero el inicio de un campeonato siempre trae consigo adrenalina y expectativa extras. Teníamos que ganar no solo para empezar con buen pie; sino para demostrarnos que ese buen fútbol y huevos que habíamos sugerido en el Apertura,  lo aterrizaríamos en el Clausura con resultados sostenidos que nos llevaría a ese ansiado título que nos era esquivo desde hacía años.

Autuori no solía plantear equipos muy ofensivos o vistosos: el esquema era un 4-4-2 clásico y ninguna estrella juvenil asomaba para levantar tribunas con sus gambetas. Nuestros canteranos, excepto Sheput, eran todos jugadores del mediocampo hacia atrás y lo más esperado esa tarde, era el retorno de un viejo conocido. Jorge Soto hacía su reaparición en el gramado del entonces ‘San Martín de Porres’ pero ya no como capitán, porque la cinta se la había entregado a Luis ‘el pelado’ Bonnet.

En el estadio, el frío usual de Lima en julio iba  menguando, mientras el equipo empezaba a dar muestras de buen fútbol y determinación. Al fin aparecía ‘el Cristal que queríamos ver’: sólido, ordenado, con idea de juego y automatismos. Los goles no tardaron en llegar y la tribuna se entusiasmaba, pero esa tarde de invierno, había algo que todos esperábamos y sabíamos que hacía falta: queríamos ver al Camello en la cancha.

Para entonces, Jorge Soto ya había hecho suficiente historia con Sporting Cristal: goles decisivos en la Libertadores, a los clásicos rivales, títulos en los que él estaba entre los protagonistas principales; pero, por diversas razones, siempre había un Chorrillano Palacios alzado en brazos, un Julinho rompiendo cinturas o un Flavio Maestri haciendo la gallinita frente a norte, que terminaban ocupando las planas principales de los medios y, también hay que decirlo, las primeras simpatías del hincha celeste. Sin embargo, esa jornada futbolera nos traería el bautizo de un nuevo jugador.

Como si fuera posible, luego de tantos años, se redescubrió a un jugador que siempre estuvo pero nunca se había mostrado de esa manera: Jorge Soto no solo anotó el quinto gol en aquella goleada ante Cienciano; sino que, esa tarde de julio, ‘el camello’ tuvo un gesto memorable: se sacó la camiseta, la extendió en el césped, se arrodilló ante ella e hizo una reverencia y la tribuna explotó. Jorge Soto, tildado de jugador apático e incluso “aburguesado”, se revolucionó a sí mismo y empezó a cumplir un rol en el club, que nunca antes había cumplido.

Fecha tras fecha, se puso el equipo al hombro, jugó en todas las posiciones posibles y estaba tan presente en el área propia como en la del rival. Soto encendió una llama que era imposible apagar, tan inagotable como sus largos trotes. El ‘buen jugador’ había pasado al retiro y  ante nuestros ojos nacía la historia del ídolo.

Luego de continuar su espiral ascendente, fecha tras fecha, con un Sporting Cristal que algunas veces luchaba más de lo que jugaba, Soto lograba coronar su esfuerzo, anotando el último gol del equipo, ese que nos daba el campeonato. Aquel gol contra Universitario en el Estadio Nacional, no solo significaba el término de nuestra sequía de títulos; sino que premiaba con justicia a un jugador que, a sus 30 años, había vuelto a nacer.

Aquel grito de gol del ‘camello’ fue el grito más desaforado que recuerdo de él, pero también de muchos de nosotros que sabíamos que, la mala racha se iba a romper tarde o temprano, pero  lo más justo era que sea él quien la rompa y nos devuelva al lugar que nos corresponde desde que nacimos: campeones y primeros.

En las campañas siguientes a la de ese 2002, Jorge Soto se acostumbró a cargar el peso del equipo en sus espaldas. Cual camello infatigable, nos dio sus mejores años cuando más cerca estuvo del retiro y corrió más que nunca cuando sabía que el final se acercaba.

Pero los finales perfectos son inusuales. Casi siempre pertenecen al terreno de los deseos o las invenciones; no al de la cotidianeidad. Son muy pocas las despedidas delineadas por ese esquema idealista hollywoodense. La mayoría son más bien terrenales, delimitadas por el azar, la contingencia, el vaivén que suele ser el que rige nuestras vidas. Las despedidas son también humanas, al fin y al cabo y la de Jorge Soto no podía escapar al contexto. En el 2008 se fue por la puerta falsa, entre el silencio de los dirigentes, la confusión de los hinchas y su propia tristeza y se mudó a uno de los clásicos rivales con el fin de ayudar a su hermano en su primera travesía en la dirección técnica y lo hizo sin saber lo que hacía: como un pez fuera del agua, cruzó la calle y nunca supo ser feliz, aunque compartiera hogar con su hermano de sangre.

Su incansable corrida se diluyó a medida que se veía obligado a seguir trotando lejos de casa. Y la cancha, escenario de sus proezas, se le tornó un desierto, un desierto que terminó por secar todas sus ganas de ir al frente y seguir pateando la pelota. Pocos hinchas del Sporting Cristal, sus hinchas que le cantaron por tantos y tantos años, deben recordar qué paso en ese entonces. ‘Luego se fue a Melgar’, responden algunos, pero ya casi ninguno recuerda algo más allá de eso: ¿Cuál fue su último partido? Yo tampoco lo recuerdo y no pienso engañarme googleándolo. El Camello se alejó de a pocos y su recuerdo se fue desvaneciendo a medida que nuevos planteles se armaban, nuevas ilusiones y nuevos jugadores tentaban y algunos lograban, tomar su lugar en la memoria de los hinchas. Pero no todos olvidan.

Y él fue el primero que nunca olvidó. Algún tiempo después de su alejamiento de las canchas, Soto comentaba que se arrepentía de haberse ido a Alianza, que nunca quiso dejar La Florida y que siempre iba a esperar la oportunidad para retribuirle al club lo que este le dio porque para él era su casa.

Su puesto como máximo anotador histórico del club con 176 goles, los 5 campeonatos locales y el subcampeonato de Copa Libertadores no eran suficientes, él sentía que era necesario entregar algo más.

Y volvió entonces con perfil bajo, con esa mirada sencilla que sus cuantiosos logros no lograron sacarle nunca, a integrar un comando técnico en el cual él tampoco estaba en la primera plana. Era el segundo asistente de un técnico de discutible capacidad y, cuando este se fue por sus desastrosos resultados, no dudó en bajar un par de escalones e integrarse a trabajar con las reservas del club. Mientras otros iban y venían pomposamente, él decidió salir lo menos posible en las fotos. Total, ya estaba en su casa otra vez y no sentía logro más grande que el de estar cerca de los más chicos para inculcarles lo que significa el amor  por Sporting Cristal.

Este 2023 volverá a formar parte del comando técnico y seguramente volverá a estar alejado de los flashes. Hablaremos de Tiago Nunes, de los refuerzos brasileños, de Yotún y la calidad de su zurda, de Grimaldo, Castillo y los canteranos que prometen cada vez más. Ojalá también, hablemos de una Libertadores que por fin podamos competirla  y que nos haga volver a ilusionarnos. Pero hay algo que pasará sí o sí y que solo notaremos si prestamos atención: el Camello saludará a cada uno de los jugadores, sobre todo a los más jóvenes, cada vez que les toca participar en el juego, perdamos o ganemos.

Tal vez no lo advirtamos aún, tan agitados por el triunfo inmediato, por el juego vistoso, efectivo y por la necesidad de resultados, pero en la banca de suplentes del Sporting Cristal, allí, casi sin hacerse notar, tenemos a una leyenda viva que cambió sus goles y sus títulos por consejos. Ese, es el Jorge Soto que llegó a Sporting Cristal en el 93, el que tocó la gloria en el 94, 95, 96 y 97 y es también el que renació en el 2002. El que llegó a La Florida, hace 30 años y nunca más se quiso ir de allí. Nunca más se fue de allí. Porque ese es el Sporting Cristal y algunos cuantos privilegiados lo sienten así.

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